El resultado es bien distinto cuando vivimos desde la confianza (el amor) o desde el miedo.
Desde la confianza activamos los mecanismos de apertura: a la vida, a las emociones, a lo que tenga que suceder… Desde el miedo, levantamos muros y tratamos de protegernos, impedimos que la vida entre. La confianza incluye, el miedo excluye.
La confianza se sustenta en el presente, requiere del presente. El miedo, en cambio, vive en el pasado y en el futuro.
Cuántas experiencias nos perdemos, cuántas veces no dejamos que nos conozcan de verdad, cuántas veces huimos de relaciones, cuánto dejamos de expresar y de sentir… por miedo. A veces por miedo a sentir miedo. O por miedo a sentir dolor, tristeza, abandono… Cuántas veces no arriesgamos porque imaginamos un abismo más allá… Un abismo inexistente.
Es nuestra tendencia humana. Es el resultado de prestar atención a pensamientos que encarcelan nuestra existencia. Es el resultado de vivir desconectados de lo que sí está sucediendo en este momento, de esa presencia que nos inunda en forma de emociones y sensaciones… De esa presencia sanadora que es la vida.
Confiar requiere de valentía, porque te abres a incluir todo lo que sucede en tu experiencia, sin excepción, sin categorías.
Y cuanto más te abres, cuanto más confías, más descubres que en realidad no hay nada que temer. Que las emociones no te matan, si no que te enseñan sobre ti y te conectan a la vida. Y que pase lo que pase, siempre puedes volver a ti, a sostenerte, a sentirte en este instante… Y así comprobar que, en realidad, todo está bien.
Ainara